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viernes, 26 de abril de 2024
Xabier García Albiol (PP) no dimite y culpa a Ciudadanos de su bacatazo en las elecciones catalanas - 28 diciembre 2017 - Castilla-La Mancha
Agustín Yanel Agustín Yanel

Ha dicho el líder del PP catalán, Xavier García Albiol, que la culpa de su fracaso en las elecciones autonómicas la tienen los candidatos de Ciudadanos, porque durante la campaña electoral les han criticado a ellos y han dicho que lo más útil era votar al partido naranja, en vez de caminar juntos para hacer frente a los independentistas. Cada cual puede decir todas las tonterías que quiera, mientras no caiga en el insulto, pero un poco de autocrítica les vendría muy bien a García Albiol y a su partido. Porque, se mire por donde se mire, los máximos responsables del batacazo que se han llevado son él y los dirigentes del PP.

¿Qué esperaban en el Partido Popular? ¿Tal vez creían que la gente de Albert Rivera e Inés Arrimadas no iba a pedir el voto para su partido naranja -como hacen todos- y no les iban a criticar a ellos como su principal adversario? En el PP han reconocido sus malísimos resultados en estas elecciones porque, con los datos sobre la mesa, no podían decir otra cosa: tenían 11 diputados en el Parlamento catalán y ahora sólo han conseguido cuatro. Pero su líder, García Albiol, no solo no ha dimitido como hubiera hecho otro candidato tras unos resultados tan desastrosos, sino que ha dicho que asume su fracaso «con la cabeza alta y con toda la dignidad del mundo».


García Albiol tiene la cabeza muy alta, eso sí, porque su estatura es de dos metros (permítanme el chiste malo) y su dignidad no hay por qué ponerla en duda. Pero seguro que, al escucharle decir esa frase, a más de un dirigente del PP se le han revuelto las tripas y ha lamentado para sus adentros que Mariano Rajoy decidiera en su día presentar como candidato a alguien tan polémico como el exalcalde de Badalona (Barcelona).

Rajoy culpó a las televisiones por «el martilleo constante» con la corrupción

En mayo de 2015, al valorar el resultado de aquellas elecciones municipales y autonómicas, Mariano Rajoy reconoció que su partido había tenido unos malos resultados, y añadió que a ellos les había hecho mucho daño la corrupción y «la forma de tratarla», porque su partido había perdido muchos votos por «el martilleo constante en todas las televisiones» con ese tema. Parece que García Albiol y otros dirigentes del PP siguen ese modelo y no practican mucho la autocrítica, aunque en sus declaraciones públicas digan que es necesario hacerla.

En ambas elecciones, las de 2015 y las del 21 de diciembre de 2017 en Cataluña, en el PP se han olvidado de decir que sus adversarios de Ciudadanos, como es lógico, no iban a dejar de criticarles para no dividir a los partidos que rechazan el independentismo; y también han olvidado que los medios de comunicación en general, y las televisiones en particular, no iban a hacer un alto durante una campaña electoral para dejar de hablar de los numerosos casos de corrupción que afectan a importantes exdirigentes del PP, exministros y excargos públicos nacionales, estatales, autonómicos y municipales de ese partido, ni van a silenciar los juicios y declaraciones judiciales que se produzcan.

La culpa de que esas informaciones sobre corrupción quiten votos al PP -o a otros partidos- no la tienen los medios de comunicación, que están obligados a informar a la ciudadanía sobre las noticias que sean de interés (aunque muchos medios también deberían hacer autocrítica por la manera en que informan durante las elecciones). La culpa la tienen quienes han cometido los delitos y, en su caso, los responsables del partido que no han vigilado bien o que han permitido de una u otra manera tener en sus filas a personas tan poco fiables como ha demostrado posteriormente la Justicia.

Durante las campañas electorales hay políticos que, además de prometer muchas cosas que después no cumplen, acostumbran a decir tonterías con frecuencia, algunas graves y otras simplemente ingenuas. En algunos políticos parece que una de sus señas de identidad es hacer el ridículo con sus declaraciones, pero las tonterías, las salidas de tono e incluso las frases de mal gusto se acentúan mucho durante las campañas electorales.

Carles Puigdemont se lleva el premio

Si existiera un premio para reconocer al político que más tonterías y más gordas ha dicho durante las recientes elecciones autonómicas catalanas, se lo llevaría sin duda el destituido presidente de la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont. A pesar de eso le ha ido muy bien porque, en contra de lo que muchos preveían, su candidatura, Junts per Catalunya, ha quedado en segundo lugar tras Ciudadanos, con 34 diputados.

Puigdemont huyó a Bruselas para no ser detenido e ir a la cárcel como su vicepresidente Oriol Junqueras; instaló allí su oficina electoral; recibió allí a políticos de su partido, alcaldes y seguidores; dirigió desde allí una campaña electoral preparada para su beneficio; se ha dedicado a dar entrevistas a los medios de comunicación de distintos países; ha tenido el gesto nada democrático de no permitir a periodistas de medios de comunicación españoles contrarios a la independencia de Cataluña que asistieran a sus ruedas de prensa cuando él no quería o que le preguntaran… a pesar de que él es periodista.

Allí, en la capital de Bélgica, Carles Puigdemont ha dicho unas cuantas tonterías, por definirlas de una manera suave, como estas: que él continúa siendo presidente del Gobierno catalán en el exilio (esto, más que una tontería, es un insulto a quienes han tenido y tienen que exiliarse de sus países); que debe ser restituido en la Presidencia de la Generalitat; que quiere hablar con Mariano Rajoy, pero fuera de España; que solo regresará si el Gobierno español le garantiza que no será detenido, como si Rajoy pudiera decir al magistrado del Tribunal Supremo que tramita la causa contra él que la archive sin más… La lista de los despropósitos que han salido por la boca de Puigdemont es interminable.

A Puigdemont, a García Albiol y a todos los políticos habría que pedirles que piensen las cosas antes de decirlas, para que no hagan afirmaciones que producen vergüenza ajena, son despropósitos, estupideces o tonterías, según los casos. ¡Cuánto respeto ganaría la imprescindible política si los políticos -salvando todas las excepciones que hay que salvar- no dijeran muchas de las cosas que dicen y cumplieran siempre lo que prometen!

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