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sábado, 27 de abril de 2024
Asunción Díaz, presidenta del Comité de CLM Unicef.
Asun Díaz. Foto - Rebeca Arango
Artículo de opinión - 24 noviembre 2020 - Toledo

«Hace unos días leí un artículo de J. A. Pellicer publicado en bajoaragondigital.com. Hablaba sobre la educación concertada y la experiencia del autor, como profesor, con las Anas (Hermanas de la Caridad de Santa Ana).

José Alberto, que se declara no creyente, afirma que fue con estas monjas con quien se sintió más libre, aun habiendo trabajado también en la enseñanza pública.


«Tengo la suerte de compartir mi vida con ellas»

Yo también tengo la suerte de compartir mi vida con ellas. No como profesora, sino como alumna primero y voluntaria de la Fundación Juan Bonal después.

Me llamo Asun Díaz y nací en Torrijos. Allí estudié EGB (tengo 55 años) en el colegio San José y Santa Elvira, gestionado por las Anas y apoyado económicamente por el Gobierno; compartí pupitre con niñas (en mi generación fuimos solo chicas) de familias de los más diferentes niveles económicos del pueblo; también estaba el colegio público La Villa (donde estudiaron por ejemplo las hijas del secretario del Ayuntamiento o los del veterinario del pueblo).

Después pasé a hacer BUP y COU en el instituto Alonso de Covarrubias en mi mismo municipio; me licencié como veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid, hice un máster en el Instituto de Empresa y mi formación reglada ha terminado con el Doctorado en la Universidad de Castilla La Mancha. Hoy, soy profesora asociada en la UCLM y colaboro asiduamente con la UNIR.

«En cada persona hay algo bueno»

Como pueden ver, me he formado, y trabajo, con instituciones públicas, privadas y concertadas y es la mezcla de todas ellas la que ha ido forjando parte de mi personalidad. Sin embargo, mis valores se gestaron en mi hogar, de la mano de mi familia y en el colegio San José y Santa Elvira, con las Anas.

Ellas me enseñaron que en cada persona hay algo bueno que merece la pena descubrir; que la fuerza del equipo cobra una intensidad exponencial frente a la individual; que la voluntad, la constancia y la perseverancia son músculos que debemos entrenar cada día porque resultan imprescindibles para poder llegar a cumplir cualquier objetivo. Con ellas aprendí a centrar mi atención en aquello que estaba haciendo y a intentar “fluir” con ello; cuando oí hablar por primera vez de técnicas como la meditación o el mindfulness, me resultaron nuevos los términos, pero no el contenido, al que ya estaba muy habituada gracias a ellas.

«Cuantas veces… dar los buenos días y no recibir respuesta»

Cada día al entrar en el colegio, encontrábamos a las hermanas dando los buenos días a todas las niñas. Cuantas veces al entrar en cualquier lugar, dar los buenos días, y no recibir respuesta, he recordado aquellas mañanas. En el corcho de la pared había una frase escrita con letras de cartulina, que permanecería allí, a modo de mantra, toda la semana: “La importancia de la caída está en la actitud al levantarse”; “Querer es poder”; “Ama al prójimo como a ti mismo”; “Las diferencias enriquecen nuestras vidas” y muchas otras más que repetíamos y analizábamos en nuestra mente toda la semana.

Estas mismas frases servían de base para los trabajos en las acampadas que hacíamos con ellas: primero nos hacían una introducción sobre el tema, a continuación meditábamos de forma individual sobre ello y después lo poníamos en común en un trabajo de grupos, creados aleatoriamente, del que salía un resumen que exponíamos junto a los demás grupos en el fuego de campamento durante la caída de la noche.

Todo esto se acompañaba de largas marchas por la sierra de Gredos, Hoyos de Manzanares o simplemente el camino hasta Carmena, Fuensalida o Caudilla en un sábado de invierno, además de los ratos de asueto para reír y disfrutar con nuestros amigos (y lo digo en masculino porque se unían a nosotros chicos amigos del pueblo que, sin ser alumnos del colegio que entonces era solo para chicas, abría sus actividades a todos). La hermana Coro, artífice fundamental de todo esto, ha seguido animándome con mi voluntariado todos estos años.

«Las primeras piedras de mi educación»

Además, en el colegio encontré grandes profesionales que pusieron las primeras piedras de mi educación en matemáticas como la hermana Pilar. En Geografía e Historia la hermana Rosario, firme, exigente y magnífica docente, consiguió que aprendiéramos todos los ríos de España, sus afluentes, nacimiento y desembocadura, aunque asustara al principio por su enorme envergadura; me enamoré del francés, idioma que me ha abierto muchos caminos profesionales, de mano de la señorita Raquel y pasé un camino agotador hasta que conseguí aprender solfeo y tocar la flauta con la hermana Carmen, sin olvidar las clases de gimnasia y el juego del brilé en el patio durante los recreos.

Puedo decir que recibí una formación “culta” en el sentido de que me ayudaron a intentar desarrollar toda la profundidad que tengo como ser humano.

El año pasado, en mi voluntariado en India de su mano, pude contrastar una vez más lo que Pellicer explica en su artículo: en la casa de acogida en la que trabajé vivían mujeres indias con diferentes discapacidades psíquicas que habían sido abandonadas; solo un 20% eran católicas. El resto profesaban otras religiones.

«Es una pena que el Gobierno decida eliminar esta magnífica formación»

Es una pena que el Gobierno de España decida eliminar esta magnífica formación, en mi caso de la mano de personas de una calidad humana extraordinaria que me transmitieron la tolerancia y el respeto a lo diferente.  Yo no solo considero que esta formación sea válida; creo que es imprescindible porque, entre otras cosas, ha conseguido llegar con rapidez a muchos lugares donde, por problemas de presupuesto, nuestros gobiernos no fueron capaces de llegar a tiempo en la calidad requerida.

Del resto de la Ley Celaá… hablaremos en otro momento».

Asun Díaz es gestora de proyectos.

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