domingo, 12 de mayo de 2024
03/11/2016junio 7th, 2017
Mar G. Illán Mar G. Illán

Lo único que parecía claro durante los más de 300 días de bloqueo político en España es que solo la desaparición de la escena de uno de los dos actores principales podría poner fin a la situación. Y así ha sido.

La dimisión provocada de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE supuso el punto y a parte al momento con el que España deja atrás el bloqueo político para entrar en un laberinto en el que nadie tiene claro cuál es el camino que te saca de él ni cómo hay que hacer el recorrido para llegar vivo a la casilla final.


En la decisión más difícil de su historia moderna, los socialistas entregaban el poder al enemigo en una tarde aciaga de caras largas y labios semicerrados que pronunciaban abstención casi en susurros, sin apenas voz. Como anhelando que si la palabra maldita se oía más bajo el dolor sería más leve.

Personalmente creo que el Partido Socialista ha tomado la mejor decisión de un ramillete en las que todas las opciones eran malas y muy caras. La desmesura del independentista Gabriel Rufián o la sintonía de algunos partidos con Bildu evidenciaron que la mezcla de PSOE, Podemos e independentistas habría arrastrado a los socialistas a un escenario suicida, donde quedarían desdibujados por completo y alejados irreversiblemente de la izquierda moderada y el centro, la suma que siempre ha dado al PSOE sus años de gobierno.

Hoy por hoy e incluso en el cambiado y cambiante laberinto político español, siguen siendo los votantes de centro los que dan la victoria electoral en España, aunque ganar y gobernar hayan dejado de ser una ecuación inseparable.

Con 170 síes y 68 abstenciones Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, tiene una responsabilidad extra, que habrá de traducirse en decisiones, nombramientos y gestos a la altura de la confianza recibida de sus adversarios para que afronte su segundo y más difícil mandato. El PP no puede seguir siendo el partido con más casos de corrupción, a juicio diario; ni el que ampara la España de la desigualdad o se quita «la piel» para no ver la sangre que cuesta contener el déficit por el camino más corto, pero también el más injusto.

Los socialistas habrán de asumir que el camino, en caso de tener final feliz, será largo y tortuoso, porque llegar al punto en el que están no fue cuestión de un día ni una decisión ni una persona. Han hecho falta muchos errores de muchos durante mucho tiempo de ojos cerrados y oídos sordos para que el partido de los más de 200 escaños, el que más tiempo gobernó España y el único que lo pudo hacer en todas y cada una de sus comunidades autónomas parezca hoy una sombra sin posibilidad alguna de volver al poder nacional, pero sí de perder alguna cuota de lo que todavía le queda en autonomías y ayuntamientos.

Podemos, a ratos socialdemócrata a ratos antisistema, tendrá que decidir si templa o inquieta. Tienen que elegir si van en serio no solo a superar al PSOE, sino a ser el partido de la mayoría o si se quedan cómodamente alojados en el extremo izquierdo, siempre protestando y nunca resolviendo.

Ciudadanos tiene por delante una legislatura no menos laberíntica que el resto. Albert Ribera es un líder sin partido, circunstancia que puede garantizar algunos minutos de gloria pero no una existencia duradera. Organizarse territorialmente para mejorar su implantación palmo a palmo y ser coherentes con lo defendido antes de votar que «Sí» serán tareas fundamentales para la continuidad de una formación que el PP da prácticamente por liquidada como amenaza electoral.

Finalizado en bloqueo, avancemos por el laberinto. No queda otra.

(Visited 10 times, 1 visits today)