sábado, 18 de mayo de 2024
20/02/2014junio 9th, 2017
César del Río César del Río

Pongámonos en la mente de cualquier ciudadano subsahariano e intentemos «colarnos» en un país que «no» nos corresponde aunque seamos ciudadanos del mundo. Pongámonos en la piel de cualquier ser humano que sobrevive a diario en un mundo de pobreza extrema y que pone todo su empeño, el poco que le quede, y su dignidad en cambiar la aventura de su historia. Pongámonos en el corazón de quien intenta dejar el sufrimiento atrás y lo cambia por la ilusión, en muchos casos en vano, de encontrar su propio paraíso, ese del que en muchas ocasiones le han hablado y ha soñado pero nunca ha atisbado ni siquiera mirando todos los días al horizonte. Pongámonos…

Duelen más las fronteras humanas que las físicas. Mucho más. Y sucede en prácticamente todos los países del mundo. Que no tiene fácil solución lo demuestra el hecho de que ningún estadista, ni antes ni ahora ni después, haya dado con la solución de qué hacer con aquellas personas, que al fin y al cabo son como usted y como yo, que quieren marcharse de su país porque si se quedaran seguirían abocados a la miseria y a la indignidad e imaginan que lo pueden cambiar por una casa, un trabajo y un sueldo. Nada más.


El último «asalto» (legalmente es así y por lo tanto sobrarían las comillas) a la valla fronteriza de Ceuta no puede dejarnos indiferentes. Porque sucede prácticamente semana sí y semana también. Sobre todo porque hablamos de seres humanos. Muy desesperado hay que estar para dejar «todo» atrás («todo» es metafórico, porque su «todo» es la nada) y apostar tu propia vida para no saber siquiera si una vez que has cruzado la delicada línea hacia la preciada «libertad» accederás a lo que siempre se te ha negado. Y cuando uno ve las imágenes le duelen más.

¿Qué hacer cuando se conoce que en estos momentos hay al menos 30.000 ciudadanos subsaharianos que están a la espera de la más mínima oportunidad para cruzar esa valla, que es más imaginaria que real incluso, y acceder a Ceuta y Melilla y desde ahí poner rumbo a la vieja Europa?

¿Cómo se soluciona la inmigración ilimitada? ¿Alguien tiene una respuesta?

Luego está la otra parte del problema, la más vil, la de las organizaciones criminales a las que no les importa cambiar billetes por vidas humanas, las mismas que se encargan de «transportar» de allí a aquí a quienes dan lo que no tienen porque creen que así van a variar su rumbo vital. Quien se puede permitir el lujo de permutar billete de ida, no en primera ni en segunda clase, no, sino metidos en los dobles fondos de un coche o en vaya usted a saber que habitáculo tan reducido que apenas pueden respirar en ellos, lo hace; el que no, espera junto a la valla a que amanezca un nuevo día aunque sea de noche, que es cuando intentan cruzar.

Aunque toda su vida sea una noche que no tiene fin.

Ser subsahariano… Ser inmigrante «ilegal»…

@CesardelRioPolo

cesardelrio@encastillalamancha.es

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