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viernes, 26 de abril de 2024
LA MAYORÍA DEL CONGRESO APOYA LAS MEDIDAS DE PREVENCIÓN DEL GOBIERNO TRAS EL ESTADO DE ALARMA - 27 junio 2020
Agustín Yanel Agustín Yanel

España ha empezado a vivir en lo que el Gobierno ha denominado la «nueva normalidad», dos palabras con las que quiere decir que, después del coronavirus, la vida habitual y ordinaria de la ciudadanía ya no será la misma que antes. La gente recuperará poco a poco su ritmo diario, pero lo que era normal antes la pandemia va a ser distinto a partir de ahora. Lo que está por ver es si los políticos habrán aprendido algo de esta situación y, después de más de 28.000 muertos y casi 250.000 diagnosticados -a fecha 26 de junio-, serán capaces de desempeñar con cierta normalidad el papel que les corresponde: unos al frente del país y otros desde la oposición.

El Gobierno ha aprobado una bateria de medidas para que la ciudadanía regrese a una «nueva normalidad», después de vivir más de tres meses con restricciones excepcionales adoptadas para combatir al coronavirus y frenar su expansión. El pleno del Congreso de los Diputados ha respaldado esas medidas, con una muy amplia mayoría de 265 votos a favor (incluido el PP), 77 en contra y cinco abstenciones.


La calculadora de los votos, mejor guardarla en un cajón

La pregunta, ahora, es saber si los dirigentes políticos y los parlamentarios españoles serán capaces de empezar a practicar esa «nueva normalidad» en su actividad pública. ¿Tendrán la coherencia necesaria como para aplicarse a ellos las medidas que han apoyado en el Congreso, por amplísima mayoría de votos, para toda la ciudadanía? ¿Empezarán a trabajar unidos de verdad, y no sólo de palabra, para que España pueda recuperarse de la mayor crisis sanitaria y económica que ha sufrido en el último siglo? ¿Dejarán apagada en un cajón la calculadora de los votos y mirarán más por el interés general de la ciudadanía que por el suyo propio o el de su partido?

Es difícil responder a esas preguntas, porque unos cuantos líderes políticos ha demostrado durante la pandemia que les gusta más pronunciar frases llamativas y huecas, para ocupar titulares en los medios de comunicación, que trabajar con seriedad para intentar resolver los problemas.

Cuando algunos políticos causan vergüenza ajena

Muchas personas habrán sentido vergüenza ajena cuando, en medio de una pandemia que causaba muertos y contagiadosa diario, escuchaban lo que decían algunos políticos en el Parlamento y cómo lo decían. Muchos leen sus intervenciones, en las que salta a la vista que han rebuscado frases hechas y juegos de palabras que llamen la atención.

Y, cuando preguntan al Gobierno en la habitual sesión de control de los miércoles en el Congreso, demuestran que les da igual lo que les conteste el presidente o el ministro o ministra de turno porque ellos, en su réplica, continúan leyendo lo que llevan escrito e incluso repitien algo a lo que ya les han dado respuesta, lo que demuestra que no han atendido a la contestación. Resulta lamentable.

Un buen ejemplo de esta práctica es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que es incapaz de realizar una intervención en la Asamblea madrileña sin leer lo que lleva escrito. Pero eso mismo lo hacen muchos diputados y diputadas en el Congreso, para sonrojo de quienes les escuchan. No se puede pedir a todos los parlamentarios que sean unos excelentes oradores -algunos sí lo son-, pero sí hay que pedirles que sean capaces de defender su postura sin tener que acudir a los papeles, porque sería una prueba de que están realmente convencidos de lo que dicen. Y, sobre todo, hay que pedirles que escuchen lo que les contestan cuando preguntan al Gobierno, para no que no hagan el ridículo al replicar ellos a la respuesta sin tener en cuenta lo que les acaban de decir.

También deberían escuchar a la ciudadanía, que les pide una y otra vez unidad, y que olviden sus intereses partidistas para superar los tremendos efectos del coronavirus y prevenir futuros contagios. En esta «nueva normalidad» que llega, los políticos deberían ser los primeros en desempeñar su actividad pública con la normalidad que se espera de ellos, algo que muchos no hacen porque prefieren la política como espectáculo.

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