El Día de Todos los Santos es un día de dulces en Castilla-La Mancha, de tal manera que en la comunidad autónoma hay una rica tradición gastronómica que hace posible festejar el 1 de noviembre de la manera más dulce posible, degustando por ejemplo los buñuelos y los huesos de santo, dos de estos productos estrella que llenan las pastelerías de la región. Pero hay más, según la zona geográfica desde donde uno salude a los difuntos.
Toledo y el buñuelo
Los buñuelos son propios de Toledo. Se elaboran con una receta muy conocida pero que sigue siendo actual. Este dulce no puede faltar en la celebración del Día de Todos los Santos en Castilla-La Mancha.
¿Cómo se hacen los buñuelos típicos manchegos? Se elaboran con una masa a base de harina, leche, huevo, y en ocasiones, un toque de anís.
La masa se fríe hasta que se vuelve dorada y se sirven espolvoreados con azúcar glas. Esponjosos por dentro y crujientes por fuera, son deliciosos. Solo hay que elegir el relleno: nata, crema o chocolate. Es un tentempié perfecto para cualquier momento, ya sea en “modo postre” o «cuando apetezca”.
Albacete y los huesos de santo
En Albacete copan los dulces más afamados de Castilla-La Mancha: los huesos de santo, que son uno de los dulces típicos manchegos en el Día de Todos los Santos. Un clásico.
Tienen forma alargada y cilíndrica, originalmente rellenos de dulce de yema que se moldean simulando tibias, de ahí el nombre. Tiene un sabor suave y dulce que contrasta con la textura del mazapán.
Los nuégados, en Ciudad Real
Los nuégados son tradicionalmente de La Mancha, como la provincia de Ciudad Real, elaborados en Semana Santa y en el día de todos los Santos.
Se baten los huevos y se le añade harina hasta que quede una masa consistente con la cual se harán unas barritas que, posteriormente, se trocearán al tamaño de una almendra. Se fríen y se les añaden las almendras dando vueltas. En un recipiente aparte, se derrite a fuego lento la miel. De vez en cuando, se sacarán una gotitas de la misma y se verterán en un vaso de agua.
Cuando al contacto con el agua adquiera una dureza como de caramelo, se añadirán a la miel las almendras y las bolitas de masa que, previamente, habíamos preparado. Se da vueltas y, sin apartar del fuego, se sacará con una cuchara el preparado para ponerlo sobre un plato. Finalmente, se dará forma de rosca con las manos humedecidas en agua y se dejará enfriar para servir en trozos.
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Los roscos, en Cuenca
Los roscos son un dulce tradicional de Cuenca, especialmente populares en el Día de Todos los Santos, aunque también se consumen en otras festividades.
Son rosquillas fritas elaboradas con una masa hecha a base de harina, huevos, licor de anís, leche, aceite, azúcar, gasificante o polvo de hornear y ralladura de limñon o naranja.
Tras freírlas, se rebozan en azúcar y se caracterizan por su textura tierna y esponjosa, con un toque a anís.
Los puches de la Alcarria, en Guadalajara
Los puches de la Alcarria son un dulce tradicional de Guadalajara, típico del Día de Todos los Santos, que consiste en unas gachas dulces elaboradas con ingredientes sencillos como harina, leche o agua, azúcar, y aromatizadas con cáscara de naranja, limón o anís. Se consumen fríos o templados y se sirven típicamente con picatostes de pan frito.
Preparación
Fase inicial: Se fríen trozos de pan en aceite caliente hasta que estén dorados y se reservan para hacer picatostes. Para aromatizar, en el mismo aceite se sofríen brevemente la cáscara de limón (o naranja) y los granos de anís.
A la hora de la cocción, se añade agua y se deja hervir unos minutos. Luego se incorpora la harina disuelta en leche, azúcar y el resto de la leche, removiendo continuamente para evitar grumos.
Se cocina hasta que la mezcla espese, formando las gachas. Se reparte la masa en cuencos y se espolvorea con canela molida y los picatostes de pan frito.
La tradición marca que los puches se elaboran para la festividad de Todos los Santos, aunque también se hacían con motivo de la víspera, la «noche de las ánimas».
En algunas zonas se asociaba a la comida de las ánimas y se utilizaba para tapar cerraduras como símbolo de protección, para que las almas no molestaran a los vivos.
Era costumbre reunirse en familia para disfrutar de este postre, que se servía frío cuando ya no quedaban caliente
 
                                              