Al filo de las doce campanadas que marca el reloj de la Plaza Mayor de Alarilla, a unos treinta minutos de Guadalajara capital, se prepara el Zarragón, la botarga de este municipio que viste con mascara de cuero marrón, traje con colores vivos (rojo, verde y amarillo), cencerros en el trasero y una cachiporra en la mano.
Como manda la tradición recorre las calles del pueblo haciendo sonar sus cencerros para anunciar la llegada del Año Nuevo y ahuyentar los malos espíritus. Al mismo tiempo que felicita el año de puerta en puerta, sostiene una cachiporra de madera para asustar a los más pequeños y «saludar» amistosamente a las mozas.
En la mañana de Año Nuevo
También tiene por costumbre pedir el aguinaldo a los forasteros. Al primer toque de campanas que avisa de la hora de ir a misa, este Zarragón se pone a la entrada de la iglesia para impedir con su cachiporra el paso a las mujeres si no le dan una limosna. Durante el oficio, el Zarragón se desprende de su máscara y complementos para asistir a la Eucaristía.
Al término de la ceremonia, la botarga obsequia a todos los feligreses con una bolsita de frutos secos (antiguamente, anisillos y cañamones). Seguidamente, hay una degustación de chocolate en la Plaza Mayor como símbolo de hermandad. Antaño, tras la misa salía la ronda para tocar de casa en casa, donde les proporcionaban licores y vino.
A cambio, el Zarragón entregaba una bolsa de cañamones a los visitados. Por la tarde tiene lugar el baile con el que finaliza la fiesta.
Para conocer más sobre las botargas se puede consultar la ruta de las botargas de Guadalajara, que cada año cuenta con más visitantes, quienes agradecen que se mantengan tradiciones tan importantes como estas.
