A finales de los años cincuenta, en un pueblo del interior de La Mancha, el vino estaba presente en casi cada calle. No solo en grandes naves o alcoholeras visibles desde lejos, sino también dentro de las casas, en sótanos y cuevas donde muchas familias elaboraban su propio vino. Esa realidad explica que la cifra de bodegas alcanzara en torno a 450, según varias fuentes, una cantidad que hoy solo se entiende si se observa el modelo productivo de la época.
Ese municipio era Socuéllamos, que entonces rondaba los 15.000 habitantes y vivía un crecimiento sostenido. El viñedo dominaba claramente el paisaje agrario, ocupando más del 75% de una superficie cultivable cercana a las 37.000 hectáreas. La vid no solo era el principal cultivo, sino el eje sobre el que se organizaba la economía local y buena parte de la vida cotidiana.
La actividad bodeguera tenía muchas escalas. Junto a bodegas de gran capacidad y alcoholeras con torres de destilación en funcionamiento durante buena parte del año, existía un amplio entramado de bodegas familiares. Eran instalaciones modestas, muchas veces anexas a la vivienda, donde los cosecheros transformaban su propia uva para autoconsumo o venta local. Este modelo, muy extendido entonces, multiplicaba el número de bodegas registradas y daba al vino una presencia casi doméstica.
Era una situación similar a la que se vivía en otras localidades vitivinícolas cercanas, como Tomelloso, donde la elaboración casera y las cuevas excavadas bajo las viviendas formaban parte del paisaje urbano. En ese contexto, hablar de bodegas no significaba solo grandes empresas, sino también pequeñas producciones familiares integradas en el día a día del pueblo.
La transformación de la uva en vino, alcoholes y otros derivados generaba además un tejido económico auxiliar. Herrerías, caldererías, talleres de carpintería y pequeños negocios de servicios encontraban en la actividad vitivinícola su principal fuente de trabajo. La movilidad seguía siendo mayoritariamente tradicional, con carros, galeras y bicicletas como medios habituales, mientras los vehículos a motor eran todavía escasos.
Los registros municipales de la campaña 1958-1959 reflejan esa diversidad productiva. Junto a elaboraciones familiares de menor volumen, algunas bodegas alcanzaban cifras muy elevadas, superando los 400.000 o 500.000 litros por campaña. La convivencia de ambos modelos, el doméstico y el industrial, fue una de las características de aquella etapa.
En ese periodo también comenzó a consolidarse el cooperativismo. La Cooperativa del Santísimo Cristo de la Vega, creada a mediados de los años cincuenta por un reducido grupo de agricultores, se convirtió en el mayor elaborador del municipio en la campaña 1958-1959, con más de un millón de litros de vino. Supuso un cambio importante en la organización del sector y en la estabilidad de muchos viticultores.
Un sector más profesionalizado y competitivo
Hoy, aquella realidad masiva ha dado paso a un sector más concentrado y profesionalizado, pero el vino sigue muy presente en la vida local.
En Socuéllamos continúan elaborando vino bodegas como ALVISA, Bodegas Bastida, Bodegas Cautela, Cristo de la Vega, Delgado Collado, Bodega EHD, InnWine, Bodega Jiménez, Bodega Juan Pablo II, Entrelindes, Bodegas Lahoz, Bodegas Loreto, Bodegas y Viñedos Los Ángeles, Bodegas Tinedo, Finca El Refugio, Vinos y Bodegas y Vinos Indar, que mantienen viva la tradición vitivinícola desde enfoques actuales.
A ese tejido productivo se suma el Museo Torre del Vino, antiguo edificio ferroviario reconvertido en espacio cultural y mirador, que actúa como nexo entre pasado y presente y como uno de los principales referentes del turismo del vino en la localidad.

Museo Torre del Vino de Socuéllamos
