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viernes, 26 de abril de 2024
Antonio Conde, miembro de Ática.
Antonio Conde ha hablado de su generación, la de la Transición Foto - Rebeca Arango
Artículo de opinión - 27 agosto 2021 - Toledo

«Soy nieto de la generación española que, precisamente porque no quiso olvidar, perdonó; hijo de la que, recogiendo este testigo, pactó una vuelta a la democracia que se quiso lejana a los extremismos que dieron lugar a la Guerra Civil; pertenezco a la que tuvo vocación de seguir por el mismo camino.

He vivido mi juventud en la llamada Movida Madrileña, donde existía enorme libertad de letras, temas y nombres; la que admitió a las efímeras Vulpes y su «quiero ser una zorra» y las envió al olvido tan rápido como llegaron, no por su estrafalario mensaje sino por su zafiedad y pobreza musical.


Toreros Muertos, Paraíso, Loquillo…

He disfrutado con Toreros Muertos, Paraíso, Loquillo, Mecano, Celtas Cortos, Un Pingüino en mi Ascensor, Alaska, Radio Futura… En sus letras había lo que ellos querían, entre otras cosas porque lo que primaba era la Música (con mayúscula). En ellos había humor, más que intención de ofender, ya se disfrazaran de monjes o se travistieran cantando canciones llenas de pícaro y verde contenido, como La Orquesta Mondragón riéndose del niño de la cabeza gorda (¡Por Dios, qué cabeza!)

Cantaban tal y como se hablaba (y se habla), sin tener miedo a ofendiditos de lo políticamente correcto, ya fuera Mecano con su «mariconez» o Loquillo y Radio Futura con su amenaza de pegar (a nadie). En mi época de juventud íbamos con libertad a los toros y por la noche bailábamos al son de Toreros Muertos.

Preferencias «solo» musicales

No nos preguntábamos a quiénes votaban nuestros grupos favoritos y nuestras preferencias musicales eran (¡oh, sorpresa!) solo musicales.

Puede ser que mi sensación de libertad en el recuerdo de lo que para mí (y la inmensa mayoría de los que conocí) era felicidad tenga que ver con un criterio «garcilosiano».

Puede que esté equivocado. Pero lo que no admito es que ahora llegue una nueva generación que venga a prohibirme sentir y niegue que sepa realmente cómo nos sentíamos. Esos que, con un adanismo propio del egocentrismo y de la ignorancia, pretenden escupir en nuestro criterio de moral sin esperar siquiera a que hayamos muerto.

«Estoy harto de los ofendiditos y su moral única»…

Estoy harto de los ofendiditos y de su moral única, donde la creación cultural pase (otra vez)  por el tamiz de un criterio ministerial bajo la amenaza del oprobio de los cada vez mas fuertes poderes públicos, ya sea porque intentan reescribir letras con las que disfrutamos cantando o dictar los nombres de los toros que se lidien.

Estoy harto de «ministerios de la polémica» y de sus legiones de «bienpagaos» que viven de inventar farsas que ni ellos se creen.

Soy consciente de que mi generación está a punto de dejar sus restos de protagonismo y que serán ellos los que dirigirán en solitario España, que será la que les dejamos, que a su vez heredamos de nuestros padres.

«No admito que escupan sobre nuestra memoria»

Serán libres de redirigir España donde las nuevas mayorías les permitan, pero lo que no admito es que escupan sobre nuestra memoria; fuimos libres como considero que somos mas cultos, porque es infantil juzgar la cultura de hace 40 años en base a conocimientos técnicos inexistentes entonces.

No sabíamos utilizar ordenadores, pero sabíamos quiénes fueron Miguel Primo de Rivera (y diferenciarlo de José Antonio), Alfonso XIII y Amadeo de Saboya; y dónde está Finisterre y dónde San Vicente (hoy no saben quiénes fueron Adolfo Suárez o Carrero Blanco).

No enarbole nadie un inexistente sometimiento cultural…

Y, sobre todo, no enarbole nadie un inexistente sometimiento cultural de mi generación como justificación  para despedazarse (de momento sólo dialécticamente) entre sus propios generacionales. Nuestros abuelos firmaron el perdón, nuestros padres lo rubricaron y nosotros desarrollamos y disfrutamos la libertad que ellos cimentaron.

Esperad cuando menos a que muramos para mentir a vuestros hijos diciéndoles que sus abuelos (nuestra generación) no disfrutaron de una libertad real, que vivíamos engañados bajo los efectos de un láudano artificioso».

Antonio Conde 

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