Leyendo la prensa y concretamente una entrevista que le hacen al futbolista y capitán del equipo Pachuca mejicano, Gustavo Cabral, me impactó una frase que figura al comienzo de la misma. También jugó en el fútbol español. Y creí interesante leerla entera, dándome pie después a escribir este comentario que, además, por mi condición de docente del deporte, padre y abuelo suscribo al cien por cien.
Dice Cabral, que en su infancia “se tiraba todo el día jugando en la calle con la pelota, al escondite y a tantos y tantos juegos que en la actualidad se han perdido”. Efectivamente cuántos juegos se han perdido en las últimas décadas. Sin ir más lejos, quien escribe, criado en las Covachuelas, a poco más de un centenar de metros de donde ahora se encuentra la estación de autobuses de la capital regional, era uno de los muchos chavales de la época que solo pisaba la casa para comer, dormir y poco más. El colegio y la calle eran nuestras viviendas y lugares donde más tiempo pasábamos.
La pelota, las bolas de barro, más tarde sustituidas por las de cristal y acero, los carros construidos con rodamientos, los tiradores hechos con gomas del recauchutado, el cinto, el bote botero, constituían una amplia gama de juegos. Por supuesto al escondite. Como puede deducirse nuestros padres se gastaban no mucho en juguetes y no precisamente porque no tuvieran recursos, que tampoco sobraba. El asunto es que la creatividad estaba presente en la mayor parte de nuestras vidas y juegos y con pocos medios éramos más felices que una perdiz.
Paludo y otros medios
La creatividad nos llevaba a coger paludo, extracto de regaliz, coger huesos en las huertas y venderlos obteniendo una peseta por kilo o esperar a que después de la lluvia recogiéramos los hilos de cobre para venderlo. En fin, muchas cosas. Los árboles de la zona nos servían para jugar al “dado en alto” y a veces, entre las higueras se ponían tablas como una especie de andamio y construíamos un castillo.
Pero en los tiempos que vivimos todo eso se acabó. Puede ser que Gustavo Cabral no jugase mucho en la calle por los problemas de seguridad que tienen en ciertos países de esa zona. Pero no es menos cierto, que los niños de hoy ya tienen bastante, me refiero al juego, con que tengan un móvil, tablet o artilugio de última generación que les aparte de lo demás.
Hace 30 años, cuando llegué a mi barrio de Valparaíso, las primeras oleadas de niños bajaban al arroyo de Las Zorreras, jugaban, andaban y corrían por su seco cauce y con tablas todavía construían un fuerte o castillo. Esta estampa ha desaparecido. Apenas hay niños por la calle. Antes parques y jardines estaban rebosantes de niños y había que pedir turno para subirse a un columpio.
El escondite de antes se ha sustituido por la tablet, el móvil o por ese otro “juguete” que para muchas familias y niños supone el tener un perro o dos. Antes no se entraba en las casas y nos tenían que llamar para ir a comer. Ahora no es necesario, pues los niños apenas salen de casa. Y aquí el caso no es del de Cabral; no es asunto de seguridad. Las palabras claves son la comodidad y la creatividad.
Por cierto, me olvidaba de dos de los juegos estrellas de nuestra generación. Las chapas y la lima. Las chapas que se hacían con los tapones de ciertas bebidas y las untábamos con jabón “para que corriesen más”. Y la lima para clavarla en el suelo. Bien es cierto que a estos dos juegos es casi imposible desarrollarlos ahora. El que las calles sean de asfalto o de cemento imposibilita tal acción. Obviamente las niñas tenían sus variantes en estos juegos mencionados.
Al escondite aún juegan los niños, pero la mayoría de las veces por no decir siempre, con los abuelos. Y que no se acaben estos juegos. Al margen de este comentario tengo que decir que, afortunadamente en muchos colegios públicos de nuestra región se han rescatado en las últimas cuatro décadas muchos de estos juegos y se practican en la clase de Educación Física.