Castilla-La Mancha, tierra de contrastes hídricos, se asienta sobre algunas de las principales cuencas fluviales de la península ibérica. Su gestión y conservación resultan claves ante los retos del cambio climático y la creciente presión sobre el agua.
Castilla-La Mancha es una comunidad extensa y diversa donde el agua dibuja el territorio. Aunque a menudo se asocia con paisajes áridos y llanuras secas, la región alberga un entramado de ríos y embalses que la convierten en un espacio estratégico para la gestión de los recursos hídricos de España.
Entre el Tajo y el Guadiana
Dos grandes cuencas marcan el pulso hídrico de la región: la del río Tajo y la del río Guadiana.
El Tajo, que nace en la Sierra de Albarracín (Teruel), atraviesa la provincia de Guadalajara y recorre Toledo antes de dirigirse hacia Portugal. A su paso, alimenta embalses emblemáticos como Entrepeñas y Buendía, piezas clave en la polémica gestión del trasvase Tajo-Segura.
El Guadiana, por su parte, se abre paso por Ciudad Real y Toledo, y se asocia a uno de los patrimonios naturales más singulares de España: los Ojos del Guadiana y el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, humedal de importancia internacional que hoy sufre la sobreexplotación de los acuíferos.
El Júcar y el Segura, vitales para el sureste
En el este de la comunidad, las cuencas del Júcar y el Segura desempeñan un papel fundamental en provincias como Albacete. El Júcar abastece tanto a regadíos como a la población urbana, mientras que el Segura conecta directamente con el trasvase, del que dependen miles de hectáreas agrícolas en Levante.
Siete cuencas hidrográficas
Además de estas cuatro cuencas por la región discurren también el Guadalquivir, el Duero y el Ebro. En total, siete demarcaciones hidrográficas: Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Duero, Júcar, Segura y Ebro. Cuatro de estas cuencas vierten sus aguas al océano Atlántico (Tajo, Guadiana, Guadalquivir y Duero) y las tres restantes lo hacen al mar Mediterráneo (Júcar, Segura y Ebro).