lunes, 6 de mayo de 2024
03/09/2012junio 13th, 2017
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Hace falta que arda un país por los cuatros costados y que el fuego amenace nuestra propia vivienda para que nos rasguemos las vestiduras. España es así y los españoles también.

Hace falta que el humo se adueñe de nuestro horizonte para que las emociones se nos agolpen, nos rasguemos las vest¡duras y tratemos a los incendios como lo que son, una preocupación de primera magnitud por una catástrofe de las peores.


El peor verano de la historia dicen todos los que ofrecen estadísticas oficiales. Hace mucho tiempo que este tema exige la atención y la actuación de todos para poner coto y límite al desastre. No ha sido así. Entono el mea culpa en lo que me toca y espero que no haya otro peor verano de la historia porque empecemos a actuar en los muchos frentes que exige acotar el problema de los incendios.

Las llamas se han impuesto en los periódicos este verano a fuerza de castástrofes ecológicas en montes vestidos de negro, el color de la muerte, donde antes la tierra se teñía de verde, el color de la esperanza.

Nada positivo se puede sacar de un verano como éste, pero sí que se puede aprender y actuar en consencuencia.

La sensibilización de la opinión pública en este tema ha crecido, como demuestran las redes sociales. Y es que los ciudadanos no pueden ser meros espectadores en esto. Aunque no caiga sobre los españoles anónimos la responsabilidad de aprobar planes y presupuestos, sí podemos exigir más a las administraciones en la lucha contra incendios, un grave problema al que echarle freno supone, en mi modesta opinión de inexperta, actuar en varios frentes.

En todos ellos, conviene la reflexión y el análisis más que la riña de taberna y el «y tú mas» tan propia de la política española como de la sociedad.

Un frente claro para luchar contra los incendios está en endurecer las penas. Hay que poner este delito en el Cógido Penal a la altura que merece, el de un crimen contra la naturaleza, que al fin y al cabo es lo mismo que ir contra la humanidad, porque el fuego amenaza las vidas de los habitantes de las zonas afectadas, acaba con sus recursos y daña el medioambiente de todos.

Ni los pirómanos premeditados ni los descuidos que acaban con cientos o miles de hectáreas como pasto de las llamas pueden quedar sin consecuencias o con penas desproporcionadas, por lo bajas que son, para pagar por el daño causado.

Pero la ley por sí sola no solucionará el problema. Hay que reflexionar seriamente y en frío sobre cuánto ahorramos quitando recursos al tratamiento de los montes y bosques en invierno y cuánto cuesta apagar el fuego que se propaga más rápidamente en verano por lo que dejamos de gastar meses atrás. El calor y la sequía han hecho su trabajo, pero los montes están sucios -de basura y de maleza- y todo ello hace que sean el combustible ideal.

Ya sé que no hay dinero para todo y que los tiempos son los que son. Pero merece la pena pararse a pensar qué ahorramos de una manera y cuánto gastamos meses después apagando el fuego. Es el único cálculo que podemos hacer, el del dinero puro y duro, porque el del daño ecológico y humano es imposible y, además, irreparable para varias generaciones, por lo menos.

Pactar cómo se cuida el monte debería ser asignatura obligatoria en los parlamentos, al margen de la refriega política. Y más en estos tiempos.

Entiendo que también habría que planificar cómo devolver a nuestros montes la actividad que les mantenía a salvo del fuego cuando la ganadería y otras labores tradicionales de esos pueblos de sierra eran cortafuegos permanentes y gratuitos.

Y, por supuesto, la concienciación ciudadana es un frente importantísmo para luchar contra los incendios. Tantas veces subestimado, el pueblo es un arma fundamental.

Valorar nuestro entorno, aprender a cuidarle y a condenar al que le causa daños debería ser una causa común. Dejar de ser complacientes o simplemente mudos con quienes ensucian, no pasar de largo ante la basura que encontremos, cuidar el monte cuando lo visitamos como si fuera nuestra propia casa y advertir de inmediato a los cuerpos de seguridad de cualqueir comportamiento hóstil, independientemente de la gravedad del mismo, deberían ser obligación y práctica de todos los ciudadanos.

Espero que el invierno no traiga el olvido sobre el drama de los incendios de verano.

Pongo este medio a disposición de todos los que quieran intentarlo, empezando por mantener nuestra tarea periodística de convertir los distintos temas relacionados con la lcuha contra el fuego en una «seccón fija» en vez de en un tema propio del verano.

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