viernes, 19 de abril de 2024
13/02/2012junio 14th, 2017
César del Río César del Río

Legítima fue y legítimas seguirán siendo. A las concentraciones y manifestaciones me refiero. Estaría bueno que ahora el ciudadano no pudiera defender sus pensamientos, equivocados o no, en la calle o donde hiciera falta. Respeto máximo por medio, que tanto se echa de menos en las huelgas con los piquetes incontrolados y cuando si no se hace lo que ellos quieren te la lían a base de insultos, empujones y demás.

Pero hay algo que de un tiempo a esta parte no huele bien. Salen a la calle a reclamar sus derechos y, reitero, hace pero que muy bien cada cual en reclamar lo que considera justo, pero pierden credibilidad cuando durante siete años, los mismos que duraron los Gobiernos de José María Barreda, nadie osó en Castilla-La Mancha realizar la más mínima protesta. Y eso que las tropelías acaecían casi a diario. Ni una manifestación en contra de sus políticas de despilfarro, de sus aeropuertos de ciencia ficción, del desmantelamiento de su caja de ahorros, de su afán en construir pero no pagar, de sujetar a través de terceros y terceras a la pléyade de medios de comunicación a los que ofrecía el oro y el moro no ya para que no hablaran en su contra (muchos de ellos no lo iban a hacer de todas todas) sino para que endulzaran cualquiera de sus gestos…


Hacen pero que muy bien los ciudadanos de a pie en protestar porque no cobran cuando los políticos sí ven en sus cuentas corrientes que el sueldo les llega mes tras mes. Pero no estaría de más recordar, porque sería de justicia, que unos tienen que corregir (y para eso se les ha elegido, no para que solo nos recuerden lo mal que esto está) lo que otros causaron. Y en todas estas protestas de una oposición desolada y desaparecida, que está esperando a su nuevo mesías, aparece el papel de los sindicatos de clase. Sobre todo de ellos, quienes en su papel de supuestos vigilantes de los desmanes tenían que haber salido un mes sí y otro también durante la época del barredismo.

Pero eso no sucedió. Yo al menos no los vi. Porque el paro seguía creciendo, los empresarios acumulaban facturas que nadie les pagaba (y que no se los ocurriera protestar, que se acababan los contratos institucionales) y esto se iba al garete. No, yo no los vi en la calle.

¿Será verdad eso de que hay razones del corazón que la cabeza no entiende?

Eso es lo que tiene seguir separando al país en ideologías y no en personas. En creer en alguien solo por lo que representa y no por lo que es. En continuar retrotrayéndonos cada cierto tiempo a la Guerra Civil, en seguir intentando vendernos que el franquismo es muy similar a la derecha legítimamente representada (igual que no se puede comparar el estalinismo con cualquiera de las opciones de izquierdas que hay en el cada vez más amplio arco parlamentario), en pensar que si no se mete mano al asunto la situación se va a arreglar sola, en…

¿Por qué siempre se tiende a demonizar al empresario y en ver al trabajador como un santo? ¿Por qué siempre que pensamos en empresarios vemos al hombre del puro, el rolls en la puerta y el yate en el embarcadero? ¿Por qué no terminamos de entender que empresario/a también es el fontanero, la peluquera o el frutero que tratan de conseguir un simple sueldo para llegar a fin de mes? ¿Por qué no separamos al trabajador honrado del que llega a la oficina y piensa que tiene derecho a pasar el rato solo porque tiene un contrato? ¿Por qué hay que indemnizar a aquellos que en vez de remar tratan de hundir el barco?

¿Por qué metemos a todos en el mismo saco?

Legítima la concentración del sábado 11 en Toledo. Totalmente legítima. Nada que reprochar. Pero como ésa eché muchas de menos mucho antes. Durante siete años al menos.

No, yo no los vi.

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