lunes, 12 de mayo de 2025
04/04/2013junio 13th, 2017
César del Río César del Río

Me da absolutamente igual que se llame escrache, con o sin «e»; me es indiferente que naciera en Argentina y que por el efecto «simpatía» se extendiera por algunos países de la cordillera andina primero y ahora lo hayamos copiado; y no saben cómo me repatea que ahora lleguemos a estos extremos, aunque la teoría diga que estamos hablando de un nuevo tipo de manifestación pacífica.

Porque lo que se teoriza como pacífico al final se practica como… Ya saben ustedes, lo de la delgada línea roja que uno no sabe si traspasa y luego se pregunta cuándo sucedió, cómo llegamos a ello y por qué se me fue de la mano.


Acudir a las puertas del domicilio de quien sea (repito, para que no queden dudas, de quien sea, y aquí vale ideología, condición social, sexo…) o seguirle por la calle y dejarle señalado poco menos que como portador de la peste es una forma de protestar, sí, pero lleva implícito el acoso a personas elegidas, en este caso, para gobernar. Nos gusten o no. ¿O es que el escrache no tiene el objetivo primero y último de decirle al político que únicamente le dejarán en paz si consiguen lo que quienes lo practican quieren?

Entonces, escrachear es coaccionar. Y la coacción, aunque sea «pacífica», repele. Repugna.

Señalar a alguien en la puerta de su domicilio o por la calle, por muy mal político que pudiera ser, nos lleva a una espiral muy peligrosa. Porque al final el escrache (jóder con la palabrita de marras) es libre y cualquiera lo puede practicar. Y entonces, en los tiempos de indignación popular que nos rodean, no nos dedicaríamos a otra cosa. De casa en casa y, en muchas ocasiones, la nuestra sin arreglar. Suele ocurrir. Españoles «semos».

Para que tengamos libertad hemos de respetar la de los demás. Pero si la norma más elemental de convivencia nos la pasamos por el forro entramos en el todo vale. Protestar no es agredir, aunque sea de forma verbal, que en el fondo es lo que más duele. Incordiar no es tratar de imponer mis ideas porque sí, porque entonces insultamos a la razón. Y patalear no es ridiculizar a alguien por la calle, «marcarle» si creemos que se ha equivocado, porque…

Porque esto no funciona así. Protestemos en la calle y cuando sea una manifestación o concentración autorizada, pero ir más allá significa tratar de imponer ideas por medio de la fuerza, de la coacción o del amedrantamiento.

El grito ha de pasar, en último caso, por las urnas. Todo lo demás nos lleva a la confusión. Y la confusión, ya saben, nos dirige hacia el caos.

Por cierto, ¿le gustaría que le hicieran un escrache en su propia car(s)a? Pues entonces no lo haga usted.

@CesardelRioPolo

cesardelrio@encastillalamancha.es

César del Río

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