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15/11/2012junio 13th, 2017
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Una parte significativa de la ciudadanía ha dicho este miércoles que está más que harta, una vez más, y ha secundado la huelga general o ha acudido a alguna de las más de 100 manifestaciones que ha habido en España.

Con independencia de que hayan sido muchas o pocas las personas que han seguido esta convocatoria, Mariano Rajoy debería escuchar ese clamor, porque es el presidente de todos los españoles y no sólo el de los que han decidido ir a trabajar ese día -porque estaban en su derecho a hacerlo- o quedarse en su casa y no manifestarse en la calle.


Rajoy expresó recientemente su reconocimiento «a la mayoría de españoles que no se manifiestan, que no salen en las portadas de prensa y que no abren los telediarios». Con esas palabras menospreció a miles de ciudadanos que se manifiestan porque tienen el derecho constitucional a hacerlo, para exigirle que cambie su política, y no porque quieran salir en los periódicos o en la televisión.

¿CÓMO NO HAY MÁS PROTESTAS?

Se puede discutir si ha sido oportuno convocar ahora una huelga general, si esto va a contribuir a sacarnos de la grave crisis en la que nos estamos ahogando, si no habría que buscar otras medidas más eficaces y menos costosas para el país…

Se puede discutir, como han hecho en distintas tertulias de radio y televisión, si la huelga ha sido un éxito o un fracaso -y, por tanto, si los sindicatos que la convocaron han triunfado o han fracasado-, olvidándose de lo fundamental: el motivo de la protesta.

Se puede discutir todo, excepto que existen motivos más que sobrados para que la ciudadanía se plante y diga ¡basta ya de recortes y de asfixia! Lo sorprendente es que, con casi seis millones de parados y con los recortes de sueldos y de derechos que están padeciendo los trabajadores, no haya más huelgas, manifestaciones y protestas de todo tipo casi a diario.

Como ocurre siempre en estos casos, cada parte analiza la huelga general según sus intereses. El Gobierno ha minimizado la protesta, como siempre, y para ello ha jugado sucio: ha comparado el consumo de electricidad con el que hubo en la anterior huelga general, cuando por pura meteorología está claro que ese consumo no puede ser el mismo a finales de marzo que a mediados de noviembre.

CCOO y UGT, por el contrario, han inflado las cifras y han dicho el disparate de que en Madrid se manifestó un millón de personas. Y la mayoría de los medios de comunicación y muchos contertulios de radio y televisión han arremetido contra los sindicatos, algunos con una demagogia impresentable, como si los sindicatos fueran los culpables de la crisis económica. A los sindicatos se les debe exigir y criticar, para que mejoren y rectifiquen las cosas que hacen mal, pero no hay que descalificarlos por costumbre y sin fundamento, como se hace casi siempre, porque son imprescindibles en un sistema democrático.

LOS SINDICATOS SON NECESARIOS

Gracias a los sindicatos, en buena parte, los trabajadores españoles hemos alcanzado unos derechos que ahora nos están quitando por la crisis y porque la Unión Europea ordena reducir el déficit público, como principal y casi único objetivo, y el Gobierno sacrifica lo que sea para lograrlo.

Éste es el ritual que acompaña siempre a todas las grandes manifestaciones, incluida la guerra de cifras, pero es lo menos importante. Da igual que esta huelga la hayan hecho «sólo» algo más de nueve millones de trabajadores mientras la del 29 de marzo la siguieron casi diez millones y medio, según han reconocido los propios sindicatos que la han convocado -muchos trabajadores tienen sueldos tan reducidos que no pueden permitirse que les descuenten un día, y otros no han parado por miedo al despido, que ahora es tan fácil y barato para los empresarios-.

Lo realmente importante es que han sido muchas decenas de miles de ciudadanos los que han dicho al Gobierno que no aguantan más recortes y que debe rectificar las políticas que está aplicando. Y a ellos hay que añadir los que habitualmente protestan y se manifiestan por sectores, sin esperar a una huelga general: los de sanidad, educación, bomberos, funcionarios, guardas forestales…

El presidente del Gobierno debería escuchar ese clamor y actuar en consecuencia. Pero su total sumisión a Bruselas y su anuncio de que las manifestaciones no le van a hacer cambiar no dan pie a ser demasiado optimistas. Si no lo hace y mantiene su sordera ante los gritos desesperados de la ciudadanía que sufre, se equivocará.

Y EN CASTILLA-LA MANCHA…

María Dolores de Cospedal, que está aplicando a rajatabla las políticas que impone Bruselas al Gobierno español, también debería escuchar más a los ciudadanos de su región. Tiene al mundo de la educación en pie de guerra, porque ha puesto en marcha medidas que perjudican no sólo a los profesores sino a la economía de los padres y, lo que es más grave, a la propia educación de los alumnos. Y éste es sólo un ejemplo del descontento ciudadano.

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