viernes, 17 de mayo de 2024
24/11/2016junio 7th, 2017
Mar G. Illán Mar G. Illán

Evidentemente algo no funciona bien en un mundo o en un país en el que se pueden gastar miles de millones de euros en rescatar a la banca y pagar suculentas jubilaciones a los directivos que la arruinaron mientras una anciana muere calcinada a la luz de su vela porque le han cortado la luz y el Estado no puede ayudarla. 

Se entiende fácilmente, porque todos tenemos un lado racional y pragmático, que en el mundo actual y en la Europa occidental no se puede dejar caer sin más al sistema financiero. Todos sabemos que las consecuencias serían aún peores que las de rescatarlo.


Lo que ya no se entiende tan bien es que no se castigue a los responsables de su quiebra, mucho menos que se les premie. Aún se comprende peor que se vayan del despacho lucrándose, al tiempo que dejan atrás una ruina que han de pagar a escote todos los demás compatriotas. Y lo que no se puede asimilar de ninguna manera es que un país civilizado, una potencia mundial, deje morir a una anciana de 81 años quemada por sus velas porque no tiene para pagarse la luz y su democrático y civilizado país no ve necesario garantizarla unos kilowatios cada mes.

Ya sabemos que no hay dinero para todo, pero hay cosas para las que no puede faltar si no queremos dejar a la gente a la intemperie de la desesperación. Luego, nos lamentamos cuando se vota lo que se vota.

Esto que parece evidente y que desde el principio de la crisis ha podido escucharse en cualquier conversación entre amigos o compañeros, sea cual sea la dedicación, edad o población, les ha costado años y millones de votos a los dirigentes españoles y a sus socios europeos. Además del susto que deben tener en el cuerpo en estos momentos.

Han tenido que llegar Trump, el Brexit de Farage y la Francia racista de Marine Le Pen para que empiecen a despertar y ver las cosas como son, aunque no les cuadren tan fácilmente las cuentas. Es decir, han tenido que sentir miedo por sus puestos y continuidad para reaccionar ante el clamor social que se ha ido acunando en las sociedades occidentales y que, si no se sofoca, puede romper por cualquier opción política, incluidas las de peores consecuencias.

Si Trump puede ganar a Clinton en la democracia más avanzada del mundo, ¿qué no puede pasar en Europa o en España, con tanto paro y tanta gente en el umbral de la pobreza? Si el populismo avanza en la sociedad más rica y con más oportunidades del planeta, ¿que no puede pasar en las que ven cómo se amplía la brecha entre los que más y menos tienen (a favor de los primeros, claro)?

Ha tenido que ser el miedo y no la realidad social de sus gobernados lo que les ha llevado a concluir que por el camino que íbamos no se puede seguir sin consecuencias. Han tenido que ver amenazados sus asientos para comprender la diferencia entre ser político y trabajar como consejero delegado. Y ahora la UE va a movilizar 50.000 millones de euros a ver si con eso evita males mayores en los países donde el populismo es ya una amenaza, pero aún no gobierna y para frenarlo donde sí ha conseguido coger el timón.

A buenas horas dice Moscovici que o reducimos el paro y la desigualdad o Europa se nos va de las manos. ¿Dónde estaban hasta ahora para comprender lo que la gente común supo desde el principio? ¿Qué esperaban que pasara si la gente vota desde la ira y el odio por su empobrecimiento y la constatación del festín que se han dado unos cuantos, por ejemplo, en España?

Bienvenido al club del sentido común al Comisario de Asuntos Económicos de la UE, Pierre Moscovici: «Trump y el Brexit exigen otra política económica», ha dicho.

Más vale tarde y arrastras que nunca. O cambia la política económica o sus pueblos se llevan por delante a quienes la dirigen. Pero no solo la política económica. Hace falte que cambie la política, que no significa sustituir a los mayores por los jóvenes para que hagan lo mismo o peor.

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