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domingo, 13 de octubre de 2024
Diego Ruiz, militante del PSOE, Pedro Sánchez dignidad
Diego Ruiz.
artículo de opinión - 03 octubre 2020

«Escribo esto justo en el Día de los Mayores y por eso, no creo que haya algo más justo que hablar hoy sobre ellos.

Y no puedo hacerlo de otra forma que no sea en actitud de agradecimiento por tanto que aportan y han aportado a nuestra sociedad hasta hacerla mejor de la que ellos se encontraron cuando nacieron.


Quien dirige este artículo tuvo la enorme suerte de conocer a los cuatro abuelos y de criarme gracias no sólo a mis padres sino también a ellos, fundamentalmente a los maternos pero siempre he dicho y diré que mi amor siempre lo sentiré por todos sin distinción pues cada uno me aportó cosas enormes para la vida.

Y me refiero a esta parte de mi familia, no sólo con amor sino también con pasión y mucho orgullo de nieto pero además, he de hablar de los abuelos del presente que hoy son mis padres o mi suegra, a la que también se la llega a querer como una madre.

Digo que cuidemos su legado que es historia reciente de nuestro país y que tan grandes frutos nos ha dado en pos del progreso y la lucha por la libertad, la democracia y los derechos de todos.

También es justo considerar que ellos por sí mismos son una fuente inagotable de historias, anécdotas y memoria viva de un pasado que en ocasiones puede resultar mejor pero no lo creo tanto cuando hay ejemplos de vida llena de sufrimientos y de desdichas de un tiempo negro que creo jamás debió ocurrir en España.

Quiero destacar aquí la enorme labor que han hecho los gobiernos progresistas de España por nuestros mayores como el Pacto de Toledo o las pensiones no contributivas. Y es que la frase ‘no dejar a nadie atrás’, ha sido seña de identidad siempre de quienes defendemos los valores del Partido Socialista Obrero Español. Y es que de bien nacidos es ser agradecidos aunque podríamos decir que también es de tener buena memoria.

Memoria que el tiempo ha sabido labrar grandes conquistas no sin sangre, sudor y lágrimas. Sangre derramada en la guerra, sudor de la siega o del trillo donde trabajó mi abuelo materno al que le arrancaron la infancia con el terrible hachazo que es en sí el hambre. Y lágrimas de aquellos hijos que permanecieron durante años en el olvido por aquellos padres que se quedaron en el camino dejándoles huérfanos de muchas cosas y no sólo de ellos sino también de amor, de cariño, de ternura y de esa guía tan necesaria que es la educación de los primeros años de la vida.

Afortunadamente, tuve la suerte que muchos por desgracia no tuvieron que fue disfrutar de la presencia y de las vivencias como os decía de mis cuatro abuelos.

De ellos destaco sus enseñanzas, su forma de luchar por la vida incluso teniendo que ser madre de sus hermanos siendo una niña. Cosas de la guerra que dirían los viejos.

Aún en mi recuerdo, puedo navegar hasta los tiempos en que siendo niño, me sentaba al lado de mis abuelos para leerles lo que escribía, pues con apenas diez años a uno ya le dio por hacer cosas parecidas a esta. Lástima que el tiempo, a veces corra demasiado rápido como para arrebatarme la posibilidad de sentarme al lado de ellos para decirles que he vuelto a escribir una poesía o un relato corto o una redacción como aquella que el maestro me pedía escribir en la escuela.

Pero a pesar de todo, el paso del tiempo no me ha impedido recordar aquella vez que siendo un niño de once años, gané un concurso de poesía que convocó el hogar del pensionista de mi pueblo con un poema titulado ‘A los abuelos‘ y que descubrí que mi abuelo paterno guardaba desde entonces, una copia de la misma en una pequeña cartera que llevaba siempre consigo en su bolsillo. Dicho descubrimiento ocurrió justo el día que falleció. Lo encontró mi padre y me lo enseñó y sé que aún lo tenemos guardado. Eso me demostró algo de lo que nunca tuve duda y es el amor que sentía él por mí. Aquello, a decir verdad, era mutuo.

Será por eso que cada vez que me encuentro con alguien mayor, mi corazón sigue sintiendo ternura y por qué no hasta esa dulzura que desprende escuchar sus voces, aunque éstas estén amenazadas por ser apagadas por el transcurso de los años. Y sí, sigo queriendo acercarme a ellos para aprender y escuchar y es que ya dice el refranero español tan sabio como siempre que “quien quiera saber que compre un viejo”. Lástima que no esté de acuerdo del todo con la frase porque no me gusta eso de comprar a la gente, porque las personas no deben ni comprarse ni venderse aunque su significado confirma lo que siempre he pensado de los mayores y es que ellos son una fuente de conocimientos muy valiosa. Los seres humanos son tesoros que guardar, mimar y como digo en el título, cuidar.

Es por eso que me pone muy triste recordar lo que ha pasado durante la pandemia en las residencias de mayores. Muchos han perdido la vida a causa del coronavirus, al igual que hemos tenido que escuchar con rabia testimonios de familiares que han denunciado malos cuidados en dichos lugares y espero que hayan sido excepciones, aunque aquí quiero mostrar mi más enérgica repulsa hacia esa minoría que trabajando en esos centros, han mostrado un trato más que denigrante a estos entrañables seres humanos que son para mí, los ancianos.

A ellos, quiero mandarles el siguiente mensaje: ustedes no son personas con un ápice siquiera de dignidad y mucho menos, pueden decir que sean seres ni siquiera humanos y desde luego, para nada son empáticos. La empatía se define como la capacidad de una persona de ponerse del lado de la otra. Y aprovechando este concepto, les diré más: nos guste o no, todos llegaremos a ser viejos y no creo que nos guste que en el futuro nos traten de la manera que estos seres sin alma han hecho con algunos mayores.

No olvidemos nunca que todos los seres humanos sin excepción, somos mendigos. Unos serán de pan y de dinero pero otros, son de amor, de cariño y de momentos felices y tan importante es lo uno como lo otro.

Por eso, he hablado del verbo hermoso que es cuidar. Y es que esto significa proteger, amar, mimar y también es sinónimo de ayudar y comprender al prójimo y en ese marco, se encuentran nuestros mayores.

Y sí, hablo de mayores que no de viejos. Viejo, para mí es algo o alguien olvidado, en desuso y sin apenas o ninguna utilidad. Por eso, clamo para que ellos se sientan útiles hasta el final de sus días y eso, en parte dependerá de nuestra ayuda.

Por eso, velemos por su legado.

Se lo debemos. Nos lo debemos.

Ellos son la semilla de este presente. La raíz de lo que somos hoy. El tallo que sostiene a las hojas que dan el fruto que no es otro que los hijos y nietos que somos quienes tenemos la obligación de cuidar lo que nos han dejado y nos dejarán para que las generaciones del mañana puedan tener un futuro más justo, mejor y más próspero».

Diego Ruiz Ruiz, militante del PSOE de Polán (Toledo).

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