domingo, 19 de mayo de 2024
20/11/2011junio 14th, 2017

Empeñado como parece en desafiar al vértigo del recién llegado, el Puertollano Fútbol Sala está escribiendo estas semanas los versos más bonitos de su historia. El lenguaje del conjunto industrial ha mutado considerablemente. En las primeras jornadas, la letanía era un continuo quiero y no puedo que dejaba en el rostro una mueca de decepción. Luego vino el cambio de vestuario y el giro en el discurso. El Puertollano pasó del azul al rojo y, desde entonces, cuatro victorias consecutivas, trece puntos de quince posibles y el equipo en puestos de Copa de España.

La última, despachada con solvencia y superioridad ante un Ribera Navarra al que solo le queda el pulso. Agresivo, rayano en el macarrismo, el aspirante del pasado curso cayó triturado en las fauces del equipo rojillo, que usa otros verbos en su diatriba. Ramos confía, ellos creen y toda la ciudad sueña, un verbo que a partir de ahora se conjuga en imperativo. Por favor, que nadie nos despierte. ?Se esperaba un choque espectacular, pero el partido deparó un enfrentamiento desigual.


El Puertollano, a estas alturas de competición, vuela, y lo hace con la confianza que otorgan la robustez de sus victorias. Ayer fue superior al Ribera Navarra desde el minuto 1 hasta el 40, desactivó las individualidades de los visitantes y desnudó sus carencias en lo colectivo, hasta el punto de que a Cassio, Miguelín, Corvo y compañía solo les quedó el recurso de las patadas. Y como estos partidos se juegan con árbitros, acabaron como acabaron.? El saldo para los navarros fueron tres expulsados, entrenador inclusive, y cuatro goles en contra. Al vestuario se fueron Silami y Bomfim, y a la grada Víctor Acosta, que ha olvidado muy pronto las encerronas en pista propia que su equipo tejía en Plata. Ahora, cuando un equipo le aguanta el pulso, el entrenador se cabrea. Le expulsaron a dos, pero debieron ser más. O, como poco, no debieron ser esos.

Fabricio y Corvo se quedaron en la pista a pesar de sus malas maneras porque sus agresiones, alevosas y prístinas, cayeron en el saco de los lances del juego. Inexplicable.? Pero como aquí se habla de fútbol sala, hay que hablar del Puertollano, que fue, a la postre, el único equipo que jugó. Lo hizo con superioridad, convencido de sus recursos, con un vuelo impropio para un novato. Al contrario que el día de Carnicer, Ramos desabrochó a los suyos en la presión y el cerco rojo asfixió la salida navarra. El pelotazo en largo, con la excusa manida de la diagonal a la espalda, fue el único argumento de los visitantes durante toda la primera mitad. En la segunda ni siquiera tuvieron ése. ?Enfrente, el Puertollano combinaba. Lo hacía rápidamente, llegando bien a las esquinas y probando tímidamente a Molina, que se estiraba más para la foto que por el peligro de los disparos industriales. Los rojillos repitieron ese pecado, el de no definir con furia cuando estaban ante el marco rival, y el partido por momentos dejó una rendija abierta a los fantasmas. De hecho, en la primera parte, los navarros dispararon a palo, más por casualidad que por méritos propios.? Lo hicieron, también, al inicio de la segunda mitad, pero fue su último testimonio antes del monólogo local. Chano avisó a los navarros con un zapatazo que reventó el larguero de Molina, que empezaba a verse superado. Luego, el jerezano dibujó la maravilla de la tarde.

Encerrado en la banda, contra la mesa de cronometradores, inventó un taconazo excelso para la carrera de Contreras, que aplicó la máxima que tan buen resultado le está dando esta temporada de cara a gol: tirar donde no hay portero. En esta ocasión, arriba, con la derecha. Gol.? Con el tanto de Contreras gritó el pabellón, y al Navarra se le agotó la poca personalidad que le quedaba.

El equipo se aovilló en torno a su área y esperó la tunda, pero el Puertollano seguía siendo benévolo con su rival. Los golpes, más calientes que en la primera parte pero tibios aún para hacer herida, dejaban que el electrónico descontara sin obtener la debida tranquilidad. Hasta que Chano decidió que fallar ensuciaba el informe, y robó un balón a Cassio para partir como una flecha por la derecha, y resolver por el primer palo. Dos a cero. Carpetazo. Tocaba disfrutar.? Pero sobre la pista azul de la Primera División dos no disfrutan si uno no quiere. Y Navarra no quiso. Empezaron las patadas a destiempo, los agarrones para cortar jugada y el partido se volvió indescriptible.

El Puertollano acumuló en una sola tarde hasta cinco lanzamientos de diez metros. Anotó uno, el cuarto, cuando Werner ajustó al palo el lanzamiento que no habían encontrado Nacho Pedraza ni Palomeque.?Werner volvió a anotar sobre la hora, pero casi daba igual. El pabellón era una fiesta, la grada, una caldera; la pista un hervidero de emociones. El Puertollano ya no murmura entre los gigantes, vocea como uno más. Ya no hay lamentos al finalizar el partido, sino gritos de éxtasis. En el discurso hay que meter ambición, los resultados obligan. Para el equipo rojillo, y para su entregada afición, soñar se conjuga ya en imperativo.

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